LA ÉTICA
La ética, es una de las tantas ramas de la filosofía. Es
aquella ciencia, ya que estudia las cosas por sus causas, de lo universal y
necesario, que se dedica al estudio de los actos humanos. Pero aquellos que se
realizan tanto por la voluntad y libertad absoluta, de la persona. Todo acto
humano que no se realice por medio de la voluntad de la persona y que esté
ausente de libertad, no ingresan en el estudio o campo de la ética.
La definición nominal de ética sería la ciencia de las
costumbres. Pero lo que en realidad le interesa a la ética es estudiar la
bondad o maldad de los actos humano, sin interesarse en otros aspectos o
enfoques. Por lo tanto podemos determinar que su objeto material de estudio son
los actos humanos y su objeto formal es la bondad o maldad de dichos actos. Con
esto podemos dar una definición real de la ética como la Ciencia que estudia la
bondad o maldad de los actos humanos. Con esta definición tenemos que la Ética
posee dos aspectos, uno de carácter científico y otro de carácter racional.
VALORES HUMANOS
Los valores humanos son aquellos bienes universales que
pertenecen a nuestra naturaleza como personas y que, en cierto sentido, nos
humanizan, porque mejoran nuestra condición de personas y perfeccionan nuestra
naturaleza humana.
El término valores humanos, es el valor agregado de las
mejores cualidades humanas por sobre la animalidad egoísta. En otras palabras,
son las características “buenas” que nos diferencian y permiten ser más
solidarios, generosos y comprensivos que los demás animales. La primera y más
notoria de todas estas cualidades es el ALTRUISMO bien entendido (que implica
solidaridad). Le acompañan, la ética, integridad y honestidad de modo
inseparable
Durante el siglo quinto a. C. Es la época de Pericles, de la democracia y del esplendor de Atenas (el arte griego). Filosóficamente es también la época de Sócrates y de los Sofistas.
No era hombre físicamente hermoso, ni de familia noble o rica, ni era tampoco un gran orador, al menos según el gusto antiguo, sin embargo su influencia ha sido extraordinariamente importante. Seguramente por el retrato, magnífico, que de él realiza en sus obras, en sus Diálogos, su discípulo Platón, quien le hace aparecer como protagonista en casi todos sus escritos.
¿De qué se le acusaba? Dos ciudadanos, de cuyo nombre no
deseo ahora ni acordarme, presentaron la acusación formal: introducir dioses
nuevos en la ciudad y corromper a la juventud. Dice Jeanne Hersch que la
verdadera razón era, sin embargo, “que lo cuestionaba todo: la naturaleza y el
derecho del poder, la autoridad, la religión, la idea que se tenía de los
dioses, de la virtud, del bien y de la justicia, del mal y de la injusticia. Su
crítica no escatimaba nada y tenía evidentemente un alcance político. Por ello
fue juzgado peligroso”
El llamado demonio socrático, que algunos interpretan como
la voz de la conciencia, en todo caso tiene que ver con la convicción del
propio Sócrates de haber recibido un encargo divino: incitar y despertar a sus
conciudadanos aconsejándoles que se cuidasen ante todo de su alma, de los
bienes propios del alma que la mejoran y embellecen, en vez de perseguir con
tanto afán los bienes externos, las riquezas, los honores y la fama, el poder y
las influencias, o el disfrute de placeres sin límite.
La belleza de la verdad y de la sabiduría es tal que nunca
cabe en un pensamiento cerrado o dogmático. Cuando el amigo de Sócrates,
Querefonte, preguntó al oráculo de Apolo, en la ciudad de Delfos, si había
alguien más sabio que Sócrates y la voz divina le respondió que no, el propio
Sócrates, que no se consideraba sabio, pero que creía que la divinidad no puede
mentir, interpretó las palabras del oráculo en el sentido siguiente: los seres
humanos de ordinario creen saber lo que en realidad desconocen, mientras que
yo, Sócrates, soy consciente de mi propia ignorancia. Es sólo por esto por lo
que el oráculo me considera más sabio que ellos.
Por lo que acabamos de decir, se comprenderá que un rasgo
esencial de la filosofía de Sócrates es el de ahondar en el propio
conocimiento, profundizar en el propio interior. “Nos ordena conocer el alma
aquel que nos dice conócete a ti mismo”, afirmaba. El lema del frontispicio del
templo de Apolo en Delfos es también la máxima fundamental del pensamiento
socrático.
Centrémonos ahora en los principios de su Ética. Ya hemos
dicho que, para Sócrates, en manera alguna es lícito cometer una injusticia;
que hemos de estar dispuestos, incluso, a sufrirla si no hay más remedio, pero
que el mayor mal es ser uno mismo injusto con los demás, hacerles algún tipo de
daño. En términos positivos, la búsqueda de la justicia, la integridad y
honestidad personales, la práctica de las virtudes o excelencias (areté, en
griego) morales -pues para Sócrates todas ellas constituyen en el fondo una
unidad- es el objetivo de la vida, lo que hace a una vida humana digna de ser
vivida.
Cinco son para Sócrates y las virtudes principales:
prudencia, justicia, piedad, fortaleza y templanza. La prudencia, sensatez o
sabiduría, para acertar en lo que debe hacerse, para tomar las decisiones
adecuadas y elegir los mejores medios que convengan un fin; la justicia en
todos los intercambios y relaciones humanas, cumpliendo con los acuerdos y con
la palabra dada; la piedad para con los dioses y en todo lo concerniente a las
obligaciones religiosas; la fortaleza o el valor para afrontar las situaciones
difíciles o peligrosas y para tener el coraje de no ceder ante la injusticia,
antes bien denunciarla; la templanza o moderación, en fin, que es la base de la
virtud y consiste en el dominio de uno mismo, el debido control sobre las
pasiones, deseos inmoderados o ambiciones excesivas o irracionales.
Cinco virtudes o excelencias que se requieren mutuamente y
que en el fondo constituyen, como hemos dicho, una sola virtud: el orden, la
armonía y la integridad de la propia persona que vive del aprecio y la práctica
de lo que es verdaderamente hermoso, noble y bueno. Esta es la buena condición
del alma. La persona sabia es la que comprende estas verdades y es capaz de
vivir conforme a ellas. Por eso mismo es, para Sócrates, la persona más feliz,
puesto que la práctica de las virtudes no es un simple medio para alcanzar la
felicidad, sino que la virtud constituye la misma felicidad.
Apreciamos, por tanto, que la vida buena es la vida
inteligente, la vida guiada por la razón, pues uno es verdaderamente racional cuando
elige lo que es mejor para él mismo y para los demás. Por eso no hay que
confundir el bien con el propio interés o la mera conveniencia personal. Sólo
los bienes morales, la práctica de las virtudes, constituyen el genuino bien de
la persona. De igual manera, el verdadero mal que debemos rechazar no es otra
cosa que los males morales: la injusticia, violencia y depravación en todas sus
formas.
Sócrates creía en la existencia de un orden universal
(thémis, en griego), que ni siquiera los dioses podían transgredir. Y este
orden es el que fundamenta valores y verdades objetivas, universales, válidas
para todo ser humano y que nosotros podemos conocer. Una acción moral es buena
si es conforme a este orden cósmico o natural, un orden del que participa la naturaleza
humana, tal como acabamos de decir, cuando se rige por la razón. Por eso la
justicia representa, en al ámbito de la vida y las relaciones humanas, dicho
orden de la Naturaleza u orden del mundo.
Un especialista en Sócrates, Alfonso Gómez-Lobo, ha resumido
muy bien los principios de la ética socrática[4]. Yo resumo y modifico un poco
aquí su propio resumen:
1º. Una elección es racional cuando elige lo que es mejor
para el agente.
2º. Para todo ser humano, es bueno ser un buen ser humano y
lo mejor es ser un excelente (virtuoso) ser humano.
3º. Toda persona, antes de actuar, debe considerar
exclusivamente si lo que va hacer es justo o injusto. Pues algo es bueno para
nosotros sólo en el caso de que sea moralmente justo.
4º. Uno no debe de ningún modo cometer una injusticia, pues
ello es siempre algo malo y vergonzoso. Tampoco se puede cometer una injusticia
como respuesta a otra injusticia sufrida.
5º. Debe valorarse, por encima de todo, no la vida, sino la
vida buena. La virtud es, así, considerada más valiosa que la vida misma.
6º. El mayor bien, la felicidad, consiste en actuar de
manera noble y buena. El mayor de los males, en cambio, es la acción injusta.
7º. Toda persona racional quiere su verdadero bien, aunque a
veces lo desconoce. Por eso hemos de buscarlo con toda sinceridad y honestidad.
8º. Algo es realmente bueno si posee el orden que le es
propio.
De estos principios se sigue que la persona sensata, sabía y
prudente es la que conoce lo que es bueno y lo practica; la que vive conforme a
sus ideales y verdades o convicciones más esenciales. Por eso el sabio no obra
mal y por eso, también, la persona malvada es un profundo ignorante: de su
verdadera naturaleza y de las cosas que hacen hermosa y plena la vida. El
llamado intelectualismo moral socrático, que hace coincidir el bien con el
conocimiento y asocia a ambos con la felicidad, acaso no sea siempre bien
entendido, pues no puede ignorar nuestras limitaciones y debilidades, ni
desconocer tampoco que no basta simplemente con saber que algo es bueno para
elegirlo siempre.